“Madres de la Patria”
Misa en Acción de Gracias
Homilía de Mons. Oscar Ojea
Queridas comunidades de nuestros barrios populares, mujeres que trabajan cocinando, preparando la comida y sirviendo diariamente en los comedores. Queridos hermanos, hermanas, diáconos, sacerdotes, hermanos, obispos; hemos querido en distintos lugares del país, cerquita del Día de la Bandera, poder encomendar especialmente a estas mujeres nuestras que sirven la comida en nuestros barrios y que trabajan ya desde tempranito para todo esto.
Nosotros sabemos que en la Misa se hace presente Jesús. Jesús está en medio nuestro. Jesús está en su Palabra. Jesús va a estar ahora dándose, entregándose en alimento, pero eso Jesús lo hace para que nosotros podamos recibir su vida con nuestra mente, con nuestro corazón y con nuestras manos. Porque si esa vida de Jesús nos llega a las manos, si Jesús no nos transforma en Él, si nosotros no nos configuramos con Jesús, entonces de nada sirve en la Misa hablar mucho tiempo de Jesús.
Cuando Jesús se dona, Jesús se da para que nosotros podamos transformarnos en Él, para que podamos imitar su vida, por ejemplo, pensemos en el Evangelio que acabamos de escuchar. Él necesita descansar. Acaba de morir Juan Bautista y él quiere hacer como un duelo y les propone a sus discípulos irse a descansar, pero por muy legítima que sea esa exigencia, para él es mucho más urgente la necesidad de la multitud.
Por eso abandona el descanso y se olvida de sí, digamos, para poder atender a esa multitud que venía a buscar lo que venía a escucharlo, que tenía problemas de salud y que tenía hambre. Miremos cómo el Evangelio nos habla del Corazón de Jesús, ¿qué siente ese corazón?
Si nosotros pudiéramos entrar en ese corazón. Siente compasión, Compasión en el Evangelio no quiere decir lástima.
Compasión quiere decir sufrir con Jesús se pone en el lugar de aquel que tiene hambre, de aquel que padece necesidad, como nos va a enseñar tan magistralmente el Papa Francisco en la encíclica Fratelli Tutti, hablándonos del buen samaritano en el capítulo que nos habla de un extraño en el camino, cuando el samaritano se detiene ante el hombre caído, se ve a sí mismo.
Es un ser humano, es un espejo de él. Ese puedo ser yo en otro momento. Soy yo de alguna manera ¿Cómo poder entrar en ese corazón de Jesús que se compadece por esa multitud? Este es el intento de la vida cristiana. Más allá de que podamos reflejarlo mejor o peor a Jesucristo, como Iglesia, como comunidad, nuestro ideal es ser como Él. Es imitar su vida y Jesús se queda allí, se detiene frente a esta multitud.
Fijémonos qué criterios distintos y que lógicas distintas entre los apóstoles y Jesús. Cuando se hace tarde, viene la noche y hace frío, los discípulos le dicen mejor despedía a la multitud. Esa multitud no tenía que comer. Y los discípulos piensan que se arreglen como puedan. Si tienen hambre, que se arreglen.
Como nos ha pegado esta cultura, esta globalización de la indiferencia, esta dureza de corazón. «A mí que me importa. Es un problema del que se arregle, que se arregle como pueda». Esto está tan metido adentro de nosotros y es tan contrario al Evangelio.
Cuando rezamos la oración de Jesús y pedimos por el pan, por el pan de cada día, pedimos por el pan nuestro.
No decimos el pan mío de cada día.
Le pedimos al Padre Nuestro.
El Padre que es de todos, el Padre de Jesús, le pedimos el pan nuestro, porque el pan es de todos. No le pido el pan mío, pero los apóstoles se habían olvidado de esto como tantas veces nos olvidamos nosotros de este corazón compasivo de Jesús. El pan es nuestro. Yo también soy responsable de la necesidad de mi hermano. No me puedo lavar las manos. Somos hermanos. No me puedo desentender.
Cada uno sabe qué grado de responsabilidad puede tener con respecto a su hermano. Sino podemos caer en aquello del capítulo cuarto del Génesis cuando el Señor le pregunta a Caín: ¿Dónde está tu hermano? ¿Soy acaso el guardián de mi hermano? Qué es como decir que se arregle mi hermano.
Tantas madres, tantas mujeres escucharon esta palabra
¿Qué les va a decir Jesús a sus apóstoles?
Denle ustedes de comer. Ustedes pueden darle de comer. ¡Denle ustedes de comer! Ustedes escucharon ese llamado que responde tanto al corazón de Madre, el corazón de una madre.
Yo recuerdo cuando en una parroquia trabajaba en un hogar, en un hogar de chicos. Nosotros, para saber cómo estaba cada chico, le preguntamos a la cocinera por qué aquella mujer que servía la comida sabía lo que le pasaba. Sabía si estaba enfermo. Sabía si estaba triste. Sabía si estaba contento. Sabía si extrañaba a la mamá.
Las mujeres que trabajan de esta manera en nuestros barrios con corazón de madre, no solamente son madres de sus hijos. Son madres de tantos chicos en el barrio. Son madres de los chicos y de las chicas del pasillo; entonces se desviven para que la comida alcance o para que la comida tenga la proteína suficiente para poder lograr un equilibrio en la alimentación de nuestros chicos, para que pueda tener la carne suficiente para que pueda tener el sabor y el gusto suficiente.
Allí hay todo un empeño y una delicadeza que es propia del corazón de la madre para saber cómo servirles mejor.
Y cuántas veces, cuántas veces los chicos, las chicas, los jóvenes y los adolescentes por irse de gira dos días con la droga, vuelven al comedor después de no comer por ese espacio de tiempo.
Yo quisiera aquí expresar en esta lastimadura tan, tan honda en nuestros barrios como son las adicciones. Yo querría expresar que, a nosotros, los obispos sacerdotes, nos conmueve, estamos orgullosos del trabajo de nuestras comunidades en los barrios, del trabajo de nuestra Cáritas, del trabajo de los Hogares de Cristo.
El trabajo de tantos esfuerzos por construir comunidad para poder aprovechar los anticuerpos que tienen nuestros barrios para defenderse del flagelo de la droga. Y tantas veces en los Hogares de Cristo vemos que pueden reencontrarse a sí mismos y además de reencontrarse a sí mismos y redescubrir la vida después de haber estado en el infierno, nos dan ese testimonio, que es un testimonio pascual.
Es la buena noticia de que pude salir gracias a la comunidad, gracias al acompañamiento, gracias al empeño, a la fe, al afecto, a la constancia de la comunidad. Y aquí, en este querer destacar, aunque sea un granito de arena, aunque sea una gota en el mar, este trabajo es un trabajo por la vida, es un trabajo en la defensa absoluta de la vida.
Me enseñaron ustedes en los barrios que querían cambiar las tres “C” de la muerte: calle, cárcel y cementerio por otras tres “C” que se acercan a la vida: Club, colegio, capilla. Cuando estamos trabajando en esto, en nuestros barrios, en este barrio donde es maravilloso el trabajo que realmente se hace a través de la comunidad, el trabajo de sacerdotes que ponen su alma, su entrega, su vida. En esto estamos trabajando para no entregar nuestros barrios al narcotráfico, para no entregar nuestros barrios al enemigo que se constituye en dueño de nuestras vidas y que va formando un estado dentro de otro estado.
Estamos a tiempo, hay tanto que hacer, tanto que trabajar cada uno tiene que mirar su responsabilidad.
Nuestras mujeres se encuentran con estos chicos y estas chicas, y a veces también se encuentran con adultos. Hoy es tanta la confusión en muchas situaciones en nuestros barrios que a veces la gente se enoja y viene enojada a pedir comida. No lo vemos solamente en nuestros barrios, lo vemos también con personas en situación de calle. El otro día me decía un señor que trabaja durante la noche recorriendo la ciudad para dar de comer, me decía “Padre, me arrancan la comida, ahora me arrancan la comida, no me esperan”, estamos enojados y a veces este enojo cuando la comida falta, cuando llega un momento en que decimos no hay más, entonces nuestras mujeres tienen que soportar también el enojo y aquellas cosas que me han contado que se dicen: “Ustedes se quedan con la comida y se guardan la comida”.
Todo eso, queremos ponerlo en esta misa y pedirle al Señor que nos cure de esa violencia, de esa intemperancia y de esa confusión en la que podemos entrar. No nos podemos confundir menos en una emergencia, en una crisis. La solidaridad tiene que ser cada vez más honda. Mi sentido de responsabilidad tiene que ser cada vez más grande. Si alguna vez me enseñaron a que no se debe tirar la comida, hoy menos que nunca debemos tirar la comida porque falta en muchos hogares y tenemos que renovar esa conciencia fraterna que nos enseña el Señor Jesús, que se compadece de la multitud y que no se deja vencer por la desesperanza. A ver ¿cuánto tienen? ¿cuánto tiene ver? Denme. Y acá tenemos cinco panes y dos pescados. ¿Qué es esto para alimentar a tantos? Bueno, tráiganmelo, dice Jesús. Y el Señor hace el milagro porque se puede hacer un milagro si cada uno pone su partecita.
La partecita de responsabilidad que tenemos que poner en un momento de crisis. Cerramos un segundito nuestros ojos. Estamos aquí alrededor de nuestra Madre de Caacupé. Le pedimos a la Madre que nos enseñe a atravesar este momento tan difícil y de tantas necesidades. Le pedimos que bendiga a nuestras mujeres que nos dan ese ejemplo extraordinario de entrega diaria y de confianza en la vida. Le damos gracias, desde los tiempos de la pandemia en que, recorriendo los barrios, en este caso de mi diócesis, yo particularmente quiero dar gracias por esos barrios en donde ellas no solamente preparaban la comida diaria, sino los tuppers para las personas mayores que llevaban los chicos a las casas.
Que ese espíritu de comunión y de solidaridad podamos volver a tenerlo, a lograrlo, a experimentarlo y que cada uno sepa qué grado de responsabilidad tiene para aportar lo suyo en esta crisis. Que el Señor, a través de su Madre, así nos lo conceda.
Buenos Aires (La Matanza), miércoles 19 de junio de 2024.
✞ Mons. Oscar Ojea
Obispo de San Isidro
Presidente de la Conferencia Episcopal Argentina
19/06/2024 Comunicación y Prensa
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