Un año de pandemia que nos invita al aprendizaje
Dr. Fabián Romano
Mucho hemos andado y desandado en estos tiempos, buscando el camino correcto frente a la incertidumbre de un virus que intentó desafiar no sólo a la ciencia, sino a nuestra capacidad de cambio, adaptación e innovación.
Desde la medicina, los profesionales de la Salud hemos sido interpelados por un agente patógeno que nos planteó desde el inicio un desconcierto, no sólo relacionado con su comportamiento y mecanismo de acción, sino además por la falta de elementos terapéuticos certeros para devolver la salud a las personas infectadas.
Por tratarse de un evento mundial que se propagó a una velocidad extrema y con consecuencias gravísimas, las medidas preventivas y las recomendaciones de los organismos internacionales fueron sumando más situaciones inéditas que nunca antes habíamos experimentado.
La distancia social, la atención médica con equipos incomodísimos de protección personal, la prohibición de la visita a los pacientes hospitalizados, inclusive a los que se encontraban al final de la vida -entre otras situaciones aún más graves- nos fueron alejando del contacto cercano en el cual los médicos hemos sido formados para “revisar y atender” a los pacientes, aplicando aquella semiología que nos aproximaba a un diagnóstico.
Frente a tantas situaciones con las que cumplimos con las medidas básicas de protección, ya no nos sorprendió ver a los pacientes con más de la mitad de su rostro cubierto por el uso del barbijo, en donde sólo se visualiza la presencia de los ojos... Y por medio de ellos, la mirada… transformándose de este modo en el único signo facial por el cual intentamos traducir el estado del paciente: su alegría, tristeza, dolor, sufrimiento….
Debimos recuperar y reconocer que este signo pasó a ser otro tipo de expresión semiológica que nos ayudara a entender el relato de lo que el paciente siente respecto de la experiencia dolorosa de la enfermedad.
Nos viene a la memoria aquello que dicen algunos, que “la mirada es la expresión del alma”.
Entonces, esta nueva normalidad nos demostró que la medicina no se limita sólo a reparar una afección física, a curar una enfermedad o aplicar una terapéutica. Muchos ya lo sabíamos, pero la pandemia nos lo puso de manifiesto. Y junto con ello nos ha demostrado que no es teórico lo que la antropología enseña cuando afirma que el hombre es un ser social por naturaleza y que necesita del otro para sentirse persona y realizarse.
Cuando la realidad nos pone frente a desafíos, no podemos perder la oportunidad de aceptarlos a fin de comprender los signos de los tiempos y sumarlos a nuestros conocimientos y experiencia para crecer y mejorar. La medicina no puede ser ejercida sin poner el “corazón” en las manos con las cuales aplicamos un tratamiento.
Humanizar la medicina no es un ejercicio aislado de esta práctica. Es un modo intrínseco que constituye a la profesión y hace a su esencia.
Esta afirmación se sostiene porque las ciencias médicas son ejercidas por personas y para las personas. Allí se fundamenta. No somos máquinas que reaccionamos frente a un estímulo. No somos profesionales que respondemos a órdenes imperativas, y mucho menos a leyes inhumanas. Nuestra respuesta médica siempre es el resultado de una evaluación que, basada en la ciencia, se traduce de acuerdo a lo que cada paciente necesita, en el marco de lo ético y lo proporcionado.
El contexto de pandemia nos ha hecho reflexionar. Nos ha demostrado la capacidad de adaptación y a la vez, nos puso en el ápice de la realidad que no basta la ciencia para recuperar la salud de un paciente.
Nos ha recordado que los médicos debemos incorporar más el diálogo, el consejo y la orientación en función de la estadística y la evidencia científica; pero por sobre todo la escucha atenta, el acompañamiento en el dolor y en el sufrimiento, la presencia física hasta el final de la vida de nuestros pacientes. Con todo, los médicos contenemos y comprendemos. Cuidamos, defendemos y protegemos la vida.
Aquí radica el valor agregado de todo profesional que se digne de ejercer esta ciencia. No sólo promovemos una profesión. Nuestra personalidad se ha mimetizado con esta disciplina del cuidado. Somos médicos. Somos personas. Y por lo tanto, no podemos dejar de ser consecuentes con la ciencia y con la ética, las cuales se conforman juntas para el bien de las personas.
Si no sabemos capitalizar tanta enseñanza que nos ha despertado esta pandemia, es hora que nos volvamos a replantear la vocación...
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